Lecciones para echar andar un espacio cultural público en tiempos bisagra
Por Cristian Venegas Barrientos, gestor y productor cultura
Poner en marcha un nuevo espacio cultural, de vocación pública y con una misión coherente resulta todo un desafío. Hacerlo durante una extensa pandemia, y en medio de una serie de transformaciones sociales y culturales es aun más complejo, y lleva consigo una serie de factores que van más allá de la gestión cultural tradicional y análoga.
La nueva región de Ñuble cumple así un nuevo hito, al inaugurar próximamente el Centro Cultural Municipal de Chillán (CCMCh). Un ambicioso proyecto de 1500 M2 destinados, en principio, a la formación, creación y profesionalización artística que, bajo la gestión de la Corporación Cultural Municipal, se ha terminado de remodelar con recursos del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
Este proyecto, que nace como continuidad programática del Teatro Municipal de Chillán y de los edificios municipales de arquitectura moderna que se proyectaron post terremoto del 39, hoy comienza a ver la luz luego de una marcha blanca atípica, intensiva e inesperada. Un impulso que, gracias a la voluntad política del Alcalde Camilo Benavente, tuve la oportunidad de coordinar desde agosto del 2021 hasta la selección de su nueva directora, completando así un periodo piloto lleno de aprendizaje, aciertos y desaciertos propios del momento bisagra de la historia que estamos experimentando.
Pero, ¿Qué hace diferente hoy la gestión y administración de espacios culturales? , ¿Qué elementos resultan claves para lograr una apertura de acuerdo a la expectativas de la comunidad?, ¿Cómo asumir la noción de espacio cultural más allá de lo presencial y desde una mirada interdisciplinaria?. Luego de estos intensos ocho meses, y superando obstáculos internos y externos, a mi juicio creo que el equipo que se haga cargo del lugar, el uso que se le dé desde el impulso de una participación efectiva, junto con la redefinición de su misión, son prioritarios para resolver un modelo de gestión que se haga cargo de posibles irregularidades, vicios y desequilibrios que se pueden dar en cualquier proyecto carente de planificación, baja sensibilidad a la ética y falta de regulación de poder.
Más importantes que la infraestructura misma, que resulta necesaria, es la elección de las personas a cargo de un nuevo espacio cultural.
Para el caso del CCMCh partimos de manera muy diferente, no por la “cabeza” sino que por el “cuerpo”, para darle forma a un equipo de gestión con roles definidos. Fue así que durante octubre del 2021 diseñamos y levantamos una convocatoria abierta, pública y transparente, para elegir a diversas personas, con perfiles y trayectorias coherentes para formar las áreas del Centro Cultural. Cuestiones como diseñar una jornada laboral híbrida y flexible, trabajar de manera más horizontal (algo todavía complejo desde la dinámica municipal), e impulsar salarios justos son elementos esenciales para establecer compromiso de un equipo como este, cuando la forma de trabajar empieza a mutar y el tiempo de cada persona se torna un bien preciado. De ahí que liderar personas, resulta imperativo para la nueva gestión cultural post pandemia, más que diseñar proyectos o dirigir espacios, y se transforma en una habilidad esencial para generar un clima de innovación permanente dentro de la organización.
Resolviendo el dilema de las personas a cargo, el siguiente desafío es definir su uso y la relación/cambio que significa hoy la palabra participación cultural, vale decir cómo se apropian las comunidades de una nueva infraestructura y le dan sentido de acuerdo a las demandas instaladas. Y es cierto, durante la marcha blanca creamos diversos servicios de “contención” para la dañada comunidad artística por la pandemia, como los préstamos temporales de espacio, las visitas guiadas a comunidades específicas o intencionando un espacio dentro de otro (como el programa piloto de formación en artes escénicas que se llevará en conjunto con la Escuela Artística Claudio Arrau).
Sin embargo, no puede ser liviano el análisis y diagnóstico de los usos que tendrá este espacio en el corto y mediano plazo. Con las actuales transformaciones en la forma de aprender en niños y jóvenes, de prosumir y relacionarnos con el otro, y de la aparición de nuevas formas híbridas de expresión artística a lo largo de estos dos años resulta esencial asumir que este espacio cultural va a tener un uso/relación determinada por una comunidad no solo desde lo presencial, y que está en pleno proceso de cambio y transformación. Ser flexibles, innovadores y tolerantes ayudará a darle una coherencia programática a este nuevo espacio cultural con vocación regional.
Y tal vez la discusión de fondo sea, y será, el por qué y para qué de un espacio cultural que se plantea (al menos en la teoría) como una plataforma para la formación, la creación y profesionalización. Y puede que éste sea el tema menos desarrollado durante esta etapa de ensayo y error, ya que las altas expectativas comunitarias, las nuevas demandas de la comunidad artística y la incomprensión
de la clase política de este tipo de proyectos nos llevan necesariamente a repensar qué rol debe cumplir un espacio como este, considerando que su principal sostenedor, el Municipio capital de Ñuble que cuenta con una de serie de Corporaciones, Museos, Salas expositivas, programas, monumentos y un Teatro Municipal con capacidad para 1200 personas. Un complejo ecosistema cultural municipal todavía fragmentado, con baja orientación a los resultados y que aún no logra articularse desde una mirada integral y coherente. De ahí que sea relevante comprender el presente, lo que nos está pasando como sociedad, y sobre eso redefinir y repensar un modelo de gestión bisagra para el Centro Cultural Municipal de Chillán mantenga lo bueno de la tradición pero que también arriesgue desde lo contemporáneo y sea un compromiso real para lograr retornos y cambios sociales relevantes e inclusivos.
La marcha blanca del CCMCh entonces, no hizo otra cosa que prepararnos para lo que viene y ser puente entre miradas contrapuestas, para dejar la ilusión política de que los espacios culturales nacen recién en los cortes de cinta de su inauguración, para luego pensar en cómo vamos a movernos, sino que surgen de las complejas decisiones previas que se planifican mucho antes, para estar a la altura de lo que necesita Chillán y Ñuble para los próximos años. Un rodaje necesario que nos ayudará a equivocarnos menos y, en lo posible, acertar más y mitigar los riesgos por venir.
*Agradecimientos especiales a Pilar Correa, Virna Veas, María Soledad Castro y Claudia López